Cuando recibes malas noticias en la vida, el primer instinto es la negación, buscar una manera de minimizar el problema o, mejor aún, de hacerlo desaparecer por completo. Como mencioné en publicaciones anteriores, los últimos resultados de mi enfermedad no fueron alentadores. Me han comunicado que he entrado en la fase final, y pronto empezaré a sentir todo el peso de la esclerosis. A veces me engaño a mí mismo pensando que lo he aceptado, pero la realidad es muy distinta. Intento encontrar algún pequeño atisbo de esperanza. Por eso hoy acudí a otro neurólogo, especialista en esta enfermedad, en busca de una segunda opinión. Sin embargo, no obtuve lo que buscaba; la consulta solo confirmó el diagnóstico inicial.
Es difícil vivir cuando tu futuro está condicionado por algo así. En este momento, me siento roto en mil pedazos, y recurro al blog para intentar recomponerme, soltando aquí lo que pienso. Quizás me estoy abriendo demasiado y eso me asusta, tal vez incluso acabe borrando esta publicación, pero ahora mismo necesito expresar todo lo que pasa por mi mente. Esta enfermedad me hace sentir inútil, como alguien pasajero que aún puede aportar algo, pero que a largo plazo no podrá contribuir en nada. He oído conversaciones de mi familia, algunas veces dirigidas a mí, sobre lo complicado que será cuando mis piernas dejen de funcionar y dependa de ellos. Sé que no busqué esto, pero el resultado es el mismo: llegará un día en que necesitaré de otros para seguir adelante. Ese pensamiento me mata por dentro, pensar que me convertiré en una carga, en un peso que otros tendrán que soportar por obligación. Por eso, siempre he creído que no querría llegar a ese punto, que ojalá todo termine antes para no tener que vivirlo. Sin embargo, tengo ganas de vivir, y aunque todo se ponga en mi contra, siento que tengo la fortaleza para enfrentarlo. El problema es que, llegado ese momento, ya no solo dependeré de mí, sino también de otras personas.
Me llena de rabia pensar que, por mi culpa, la vida de quienes amo se complicará. Me aterra imaginarme pidiendo ayuda incluso para ir al baño o asearme, y no es solo imaginación; ya lo he vivido en algunos brotes y es una experiencia que no le deseo a nadie. Tener que estar en una ducha, sostenido para no caerme, necesitando ayuda para frotarme y limpiarme... Sería muy egoísta de mi parte obligar a alguien a cargar con ese peso, especialmente a personas que han tenido la suerte de no enfrentar una lucha constante con un monstruo que te devora por dentro.
Mi familia no es grande y cada vez son más mayores; no quiero que sus últimos años estén marcados por la necesidad de cuidarme. A veces pienso que, si realmente los amo, el mayor acto de amor que podría hacer sería apartarme y desaparecer de este mundo antes de que comience el caos. No he tenido la suerte de conocer el amor de pareja, y hoy en día ni me lo planteo, porque sé que nadie querría enfrentarse a este monstruo sin haberme conocido antes. Sin embargo, sí he conocido el amor de otras maneras: el cariño por mi familia y por aquellas personas con las que, por alguna razón, he conectado a lo largo de mi vida. Aunque no he tenido la mejor suerte con mi familia, en la amistad he sido un hombre muy afortunado.
Si la situación fuera al revés, si alguien a quien quiero estuviera enfrentando esto, me gusta pensar que haría todo lo posible por ayudarle, aunque no puedo estar cien por ciento seguro de cómo habría reaccionado. Que mi propia familia dude de esto, e incluso me lo digan, es muy duro. No quiero ser el problema de nadie, solo quiero que sean felices y que todas las personas que me quieren puedan vivir sus vidas al máximo, hacer todo aquello que yo no podré, y que, de alguna manera, pueda verlo a través de sus ojos.
Por más que he luchado contra cada obstáculo que la esclerosis ha puesto en mi camino, no ha servido de nada. La mielina sigue deteriorándose sin pausa. Ahora solo me queda aceptarlo y enfrentar el final, esperando que no tarde mucho, que llegue antes de convertirme en esa carga no deseada.
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