Cuando te comunican un diagnostico de una
enfermedad así, lo primero es intentar asimilarlo tú mismo, y lo siguiente de
forma natural sería contárselo a tu familia o amigos. La esclerosis es una continua
montaña rusa, con sus caídas, frenadas y subidas. Tan pronto estás con un brote
que te cambia todos los esquemas como pasas temporadas sano y sin ningún
problema evidente. Por ello es fácil que puedas conocer a alguien con esta enfermedad,
pero no le notes ningún síntoma en un momento concreto. Ese es mi caso con la
mayoría de la gente que me rodea.
Siempre he sido una persona reservada respecto a
mis problemas. Nunca me ha gustado pedir ayuda ni mostrarme débil con los demás,
por lo que decidí en un principio no contárselo a nadie y seguir mi vida como
si no pasara nada. Después de que me pusieran corticoides en urgencias volví a
ver por el ojo y no tenía más problemas, por lo que no me fue difícil ocultarlo
a simple vista. Sin embargo, por dentro no paraba de darle vueltas a las
palabras de la neuróloga cuando me dijo que padecía esa enfermedad. Por ese
entonces yo estaba empezando el doctorado y tenía mucho trabajo, me pasaba los
días enteros en la universidad y eso me mantenía ocupado para no pensar en aquello.
Siempre pensaba en contárselo al menos a mis padres, pero, a medida que iban avanzando
los días, la bola se iba haciendo más grande y el contarlo se complicaba para mí.
Dice el refrán que las mentiras tienen las patas muy cortas y a ocultar la
verdad se le podría aplicar también este dicho, por lo que finalmente acabé contándolo,
pero no a mi familia primero como se podría suponer, sino a un amigo. De ese
amigo os hablaré más adelante en profundidad, ya que ha sido y es parte
fundamental de mi vida y de mi lucha frente a la enfermedad, por lo que se
merece una entrada sólo para él.
Llevaba un tiempo tragándome todo esto sólo y al
final como es normal acabé reventando con este amigo. Le conté lo que me habían
diagnosticado y le expliqué en que consistía la enfermedad. Al principio no
sabía que decirme, se quedó impresionado, pero enseguida empezó a calmarme y
apoyarme. Creo que fue la primera vez en mi vida que lloraba frente a un amigo.
Antes me costaba muchísimo llorar, pero ese día se abrió un grifo que no ha
parado hasta hoy. Me sentí cómodo con él, para poder abrirme y contarlo todo y
enseguida me empecé a sentir mejor, sentí que ya no estaba sólo frente a todo y
tenía una persona a mi lado, mi ancla.
Como os dije al comienzo de este blog, no
pretendo ser una guía frente a la enfermedad ni una fuente de buenos consejos.
Yo he cometido muchísimos errores y el primero fue querer enfrentarme sólo a
esto. Hoy en día lo saben este amigo, mi psicólogo, mi familia y algunos
compañeros del trabajo, pero mucha gente que me quiere no tiene ni idea de todo
esto. He decidido llevarlo así y es mi forma de llevarlo, pero para nada quiere
decir que sea la mejor y casi seguro que no lo es, pero cuando te enfrentas a
este monstruo cada persona lo enfrenta a su manera y la mía es la mejor que he
podido encontrar o al menos la que me permite seguir viviendo. Del inicio al
día de hoy he mejorado mucho en como enfrentarme a este monstruo y día a día
sigo luchando para poder ser feliz incluso con esto.
Siempre pienso en volver a aquellos días cuando
no tenía que preocuparme que en cualquier momento me puedo quedar ciego, cojo o
en una silla de ruedas, aunque todo esto me ha hecho también más fuerte y
valorar las pequeñas cosas de la vida. Sin embargo, siempre se echa de menos
aquellos tiempos, sin preocupaciones, sin hospitales, sin brotes, …el sitio de
mi recreo.
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