Ir al contenido principal

La importancia de perdonar


Durante esta enfermedad pasas por todo tipo de momentos malos de salud que sólo acentúan los problemas personales del día a día que una persona con salud también tiene, pero que en nuestro caso tenemos ese obstáculo mayor. A lo largo de estos años me he dado cuenta de lo importante que es perdonar, nunca he sido demasiado rencoroso, pero al sufrir tantos golpes por la esclerosis he visto que hay cosas en la vida por las que no merece la pena pasarlo mal y lo tranquilo que te deja el estar en paz con los demás. Por ello voy a hablaros de dos situaciones que me han ocurrido estos años en las que he decidido perdonar y me han dado buenos resultados.

La primera fue con mi supervisor de la tesis doctoral. Le conocí durante mis primeros años de universidad, entré de alumno colaborador en su departamento y desde entonces estuve colaborando con él hasta que, una vez licenciado, decidí hacer la tesis doctoral con él. Al principio todo fue bien, siempre he sido muy responsable en mi trabajo y además le echaba muchas más horas de las firmadas por contrato. El tiempo fue pasando, me diagnosticaron de esclerosis pero nunca frene el ritmo, ya que tenía un objetivo muy claro, convertirme en doctor y que la enfermedad no supusiera ningún problema para ello. Sin embargo, la relación se empezó a torcer, cada vez estaba más descontento conmigo y recibía continuos correos de su parte bastante desagradables y hasta ofensivos hacia mí, diciéndome que tenía que tener en cuenta mi situación de salud y que jamás iba a poder avanzar en el mundo de la investigación con ese problema. Nunca supe el porqué de ese cambio de actitud, si tenía algún problema personal, pero aun así no había ningún motivo racional para ese trato hacia mí, sobre todo cuando ya teníamos una relación de bastante tiempo y me conocía desde mis inicios. Terminé la tesis y me fui a trabajar al extranjero y allí pensé que no tenía sentido guardar rencor, prefiriendo seguir una relación normal con él y no anclarme en el pasado. Un día me escribió para contar conmigo para una plaza de profesor en la universidad, que actualmente tengo, y la relación con él ha vuelto a ser igual de buena que en esos primeros años.

La segunda situación que quiero contar me tocó más de cerca y fue con mi padre. Él siempre ha sido muy estricto en cuanto a nuestros estudios y situación laboral, pero conmigo siempre ha ejercido más presión que en mis hermanos, quizás, y me doy cuenta ahora, porque veía algo en mí que no creía que tuviesen ellos. Cuando comencé con la esclerosis mi padre pensó desde el primer momento que mis ideas de dedicarme a la investigación y poder trabajar en el extranjero eran locuras, ya que estaba condenado a fracasar en algún momento. Tuvimos muchas discusiones por este motivo hasta dejarnos de hablar completamente. La situación era realmente incómoda, vivir bajo el mismo techo de una persona con la que no hay comunicación y que además es tu propio padre. Sin embargo, por muchos problemas que tuviésemos, decidí perdonarle y demostrarle con hechos que yo era capaz de todo, incluso con la esclerosis. Hoy en día nuestra relación es perfecta, pasando buenos ratos juntos viendo esas películas de vaqueros que tanto le gustan.

Con estas dos situaciones que he contado lo que quiero hacer ver es que el rencor no lleva a nada bueno, y que perdonar a la gente es de las mejores cosas que se pueden hacer para avanzar en la vida y ser más feliz. No merece la pena pasarlo mal por problemas que se pueden arreglar con un simple perdón, y si la otra persona no te lo devuelve, el problema será ya solo suyo. Está enfermedad te ensena lo breve que es la vida, y para el poco tiempo que estamos en este mundo yo creo que es mejor perdonar siempre, sin rencor y mirar siempre hacia el futuro, nunca atrás. Hagamos que una palabra tan simple como "perdón" no sea la más difícil de nuestro vocabulario.



Comentarios

Entradas populares de este blog

La fuerza del destino

Han transcurrido cinco meses desde la última vez que vertí mis pensamientos en este rincón digital, y hoy retorno a él impulsado por dos motivos fundamentales. El primero nace de la recomendación de mi psicólogo, con quien he estado trabajando diligentemente para comprenderme mejor y enfrentar los desafíos que la vida ha arrojado a mi camino. Pero no es únicamente esta sugerencia profesional la que me trae de vuelta a estas líneas. Siento una necesidad profunda de desahogarme aquí, aunque sea solo por esta vez, sin prometer continuidad. Este escrito servirá, al menos, para aligerar algunos de los pesares que me han estado abrumando últimamente. Para dar algo de contexto, he atravesado una depresión que casi me consume por completo. Aunque he recorrido un largo camino hacia la mejoría, la oscuridad aún no ha abandonado del todo mi horizonte. A esto se suma la angustia por la grave situación de salud de mi padre, una realidad que me ha forzado a replantear muchas cosas en mi vida, temas ...

Cien latidos

Cien textos. Cien momentos en los que escribir fue lo único que pude hacer cuando todo lo demás me sobrepasaba. No siempre tuve fuerzas, y muchas veces no encontraba sentido alguno, pero incluso en los días más rotos, o precisamente en ellos, algo dentro de mí necesitaba salir, ser dicho, narrarse, aunque fuera al vacío. Como si poner palabras fuera, todavía, la única forma posible de seguir existiendo sin romperme del todo. No hay victoria aquí, ni redención. No hay moraleja de superación ni aplausos por haber llegado tan lejos. Lo único que puedo afirmar con certeza es que sigo, más cansado, con un cuerpo que se desmorona por dentro y una mente que hace tiempo que dejó de estar del todo entera, pero sigo. Y eso, con esta enfermedad, ya es mucho más de lo que parece. No recuerdo el momento exacto en el que decidí empezar este blog, solo sé que necesitaba un sitio donde volcar todo lo que no podía decir en voz alta. No buscaba consuelo, ni comprensión, ni siquiera compañía. Solo necesi...

Caer y seguir respirando

  Hoy necesitaba escribir aquí, aunque ya hace tiempo que no lo hago. Quizás porque sentí que ya no podía hablar con sinceridad en estas páginas digitales, pero creo que ha pasado el suficiente tiempo para volver a ser un lugar más invisible donde poder abrirme y desahogarme un poco. No sé ni por qué escribo esto. O mejor dicho: sí lo sé, pero me cuesta admitirlo. Escribo porque no tengo otro lugar donde dejar todo esto que me está aplastando. Porque si no lo escribo, se me enquista adentro. Y ya tengo suficientes cosas pudriéndose en el pecho. Hace unos días volví a intentarlo. Sí. Una vez más. Y sí, sigo aquí. No lo cuento para que nadie me tenga lástima. No lo cuento para llamar la atención. Lo cuento porque me estoy cayendo, hondo, lento, sin freno, y necesito decirlo en algún lado, aunque sea en este rincón casi invisible que es mi blog. Me siento como un cuerpo que sobrevive por pura inercia. Me levanto cada día sin ilusión. No porque haya una meta, o un motivo, o un sueño al...