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Siete vidas

Mi evolución con la esclerosis ha sido muy irregular, he tenido momentos buenos sin brotes, como los casi dos años que pasé viviendo fuera de España, cuando la enfermedad me regaló una tregua bien larga, mientras que otros han sido realmente malos, con brotes que han estado a punto de llevarse mi vida por delante. He tenido tres experiencias en las que he visto de cara a la muerte, una de ellas buscada por mi mismo, de la que ya hablé por aquí hace tiempo y de la que me arrepiento totalmente, aunque hay veces que cuando los brotes me golpean fuerte se me pasa por un instante el pensamiento de si no hubiese sido mejor no frenar lo que estaba pasando en ese momento y haberme dejado llevar del todo, pero luego pienso en lo que he vivido desde aquel día y me doy cuenta de que me habría perdido cosas muy buenas.

Los otros dos encuentros con la muerte han sido involuntarios, debido a los problemas cardiacos derivados de mis brotes. En dos ocasiones mi corazón dijo que no podía más y se paró, teniendo los médicos que reanimarme usando esas palas que se ven en series y películas que dan unas descargas fuertes y que os puedo asegurar que después te dejan un dolor en el pecho como si te hubieran dado una paliza. En ambas ocasiones mi corazón se agarró a la vida como una garrapata y reaccionó a tiempo, volviendo a latir y permitiéndome seguir viviendo estos años.

Ahora con la gente que conoce mi situación hago muchas veces la broma de que la muerte se ha cansado de mi y que estoy seguro de que puedo enfrentarla las veces que hagan falta, que no hay forma de que pueda conmigo. Sin embargo, esto es pura fachada obviamente, y sé perfectamente que cada vez que quemo un cartucho, el cargador se va vaciando, hasta que ya no queden más balas en la recamara.  Siempre me ha gustado mucho las probabilidades y la estadística, y me gusta verlo todo desde un punto de vista científico, pero es cierto que si algo he hecho por ahora es romper con todas las probabilidades que me han dicho los médicos, aunque cada día voy quemando más la mecha.

Me hace gracia cuando leo de gente que dice que no tiene miedo a la muerte, o que han pasado por experiencias como las mías y comentan que, al verla de cerca, ya no la temen. Yo, hablando en plata, sigo acojonado, y más al verla más de cerca. Quizás es porque ahora valoro mucho más todo lo que tengo y me da pánico perderlo, no poder cumplir todos los planes que tengo o no volver a ver a la gente que más quiero.

Como comentaba ayer, por mi parte no voy a rendirme, y voy a seguir luchando hasta el final, pero algunas veces esas fuerzas decaen y tengo un rato de vulnerabilidad. Sobre todo, por las noches, como ahora mismo, que me veo sólo en mi cuarto aguantando los dolores y echo de menos a mucha gente a mi lado.

Soy de esas personas raras que son de Madrid, viven en Madrid y además tengo tres generaciones a las espaldas de madrileños. A la gente así nos llaman popularmente “gatos” y quizás de ahí me viene esa resistencia, esas famosas siete vidas. La pregunta que me queda es cuantas serán las que me quedan.



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