Ir al contenido principal

La despedida que se merece


Pensaba que no iba a volver a escribir en estas páginas, pero estos últimos días, desde que dejé de plasmar palabras aquí, me han abierto los ojos en muchos sentidos y creo que es justo el terminar este blog desde otro lugar, ya que dentro de todo lo malo, siempre queda algo de luz. He comenzado a ir a un psicólogo que me está ayudando bastante, uno que me ha hecho entender lo que es un profesional de verdad en este campo. Con el último tuve una experiencia bastante mala y ya había perdido la confianza en los terapeutas, pero esta vez estoy notando como me está ayudando de verdad, y me ha hecho entender muchas cosas de mi vida que hasta ahora no podía o no quería entender.

 

En estas últimas semanas he caído al lugar más oscuro en el que he estado nunca, desmoronándose todo lo que tenía y viendo que no había mucho más por lo que seguir viviendo. Decidí hablar con mi familia buscando apoyo y ayuda, pero lo que encontré fue el rechazo más duro que he sentido nunca. Sin embargo, esto era necesario para darme cuenta por fin de que llevo toda mi vida viviendo más por los demás que por mí mismo, y esto no es del todo malo cuando recibes lo que das, pero en mi caso nunca ha sido así. Lo más normal es que tu familia, esa gente que lleva contigo desde que naciste, esté ahí cuando los necesites y piensen en cómo hacer para que los golpes que recibes los enfrentes teniendo un punto de apoyo. En mi caso no he tenido eso y tras intentarlo una y otra vez, ya me cansé de rogar amor por su parte.

 

Al final la familia biológica viene impuesta desde un inicio, pero yo jamás he sentido ese sentimiento de hogar en ellos. Yo he estado siempre para ellos, en los momentos buenos y sobre todo en los malos, priorizando siempre que se encontraran bien por encima de mi propio bienestar. De hecho, he sido el único de mis hermanos que me he preocupado por la economía familiar y he llegado a trabajar en sitios no muy agradables por ayudar a pagar el alquiler. Aun así, no todo fue malo, ya que tuve la suerte de tener como abuela a la mejor persona que he podido conocer, y por eso quizás no querría haber caído en otro sitio distinto, porque por tenerla a ella esos años mereció la pena del todo. Mi terapeuta me dijo que he vivido siempre para los demás y tengo que empezar a vivir para mí y para quién realmente me aporta y está conmigo. Por ello he decidido dejar por imposible el intentar acercarme a mi familia y llevar una relación normal con ellos, pero sin abrirme y contarles cómo me siento realmente. Ya han sido demasiados golpes y me he cansado. Sin embargo, no todo es malo, sino que soltar este lastre me ha hecho ver a quién tengo de verdad conmigo

 

No os voy a engañar en este texto, estoy triste y creo que no voy a poder nunca ser realmente feliz, pero tengo que aprender a sobrevivir así el tiempo que tenga, a vivir en esta soledad que a veces ahoga y aprieta, pero podré con ello. He pasado por dolores físicos de todo tipo con la enfermedad y pienso que el dolor que siento ahora no tiene nada que ver, pero te tumba más que ese punzón que tantas veces me ha atravesado. He decidido no volver más a las revisiones y dejar que esto siga su curso natural. No tengo prisa en irme, pero tampoco tengo ya mucho por lo que quedarme, por lo que creo que es hora ya de parar esta rueda de médicos y pruebas que lo único que hacen es minar las fuerzas que me quedan y que quiero dedicar a otras cosas.

Leyendo estas palabras no entenderéis por qué empezaba diciendo que quería terminar con una visión diferente, pero el haber aceptado rendirme os aseguro que no ha sido nada fácil. Voy a vivir lo que me quede con todas las ganas que me quedan e intentando pasar todo el tiempo que pueda con la gente que realmente me importa. Yo habré perdido la lucha en parte, pero entiendo cuando me decían en la asociación que esta enfermedad te enseña muchas cosas. A mi me ha abierto los ojos en muchos sentidos, aprendiendo a valorar lo que realmente merece la pena y aunque me haya dado cuenta tarde, ver quien tienes a tu lado.

Comienza una nueva etapa, la última, y esta quiero vivirla sin tener que contarlo aquí. Estoy más sólo que nunca y no puedo evitar que se me salte alguna lagrima diariamente, pero aguantaré lo que haga falta hasta que llegue el descanso. No quiero que este ultimo post suene desalentador, cada uno vive con sus circunstancias y estoy seguro de que, los que leéis estas páginas y tenéis la enfermedad, vais a poder con ella. Yo no tuve suerte y me faltó ese apoyo tan necesario, pero creo que aún sólo, lo he hecho lo mejor que he podido.

No puedo pensar ahora mismo en una canción para acompañar esta entrada porque me caen las lágrimas ahora mismo y tengo que relajarme, pero prometo volver por aquí y completarlo con la última canción.

Os deseo un buen camino a todos, y mucha suerte

Comentarios

Entradas populares de este blog

La fuerza del destino

Han transcurrido cinco meses desde la última vez que vertí mis pensamientos en este rincón digital, y hoy retorno a él impulsado por dos motivos fundamentales. El primero nace de la recomendación de mi psicólogo, con quien he estado trabajando diligentemente para comprenderme mejor y enfrentar los desafíos que la vida ha arrojado a mi camino. Pero no es únicamente esta sugerencia profesional la que me trae de vuelta a estas líneas. Siento una necesidad profunda de desahogarme aquí, aunque sea solo por esta vez, sin prometer continuidad. Este escrito servirá, al menos, para aligerar algunos de los pesares que me han estado abrumando últimamente. Para dar algo de contexto, he atravesado una depresión que casi me consume por completo. Aunque he recorrido un largo camino hacia la mejoría, la oscuridad aún no ha abandonado del todo mi horizonte. A esto se suma la angustia por la grave situación de salud de mi padre, una realidad que me ha forzado a replantear muchas cosas en mi vida, temas ...

Lo que aún soy capaz de decir

Hoy me ha pasado algo que todavía estoy procesando, algo que hace unos meses me habría dejado temblando. He coincidido en el metro con el chico con el que estuve quedando hace un tiempo, ese mismo que un día me dijo, sin que le temblara la voz, que con mi esclerosis nadie querría nada conmigo más que encuentros puntuales, que nadie “hipotecaría su vida” por alguien destinado, según él, a terminar postrado en una silla. Aquel comentario me atravesó y me hundió; me hizo sentir pequeño, insignificante, una carga incluso antes de serlo. Durante mucho tiempo creí que llevaba razón, que quizá yo no era más que una vida en pausa que nadie querría compartir. Hoy, en ese vagón lleno donde casi no cabía un alma más, me lo he encontrado. Ni siquiera me saludó: simplemente empezó a rozarse contra mí, como si nada hubiera pasado, como si tuviera algún derecho sobre mí. Le pedí que parara, pero siguió, así que me bajé en la siguiente estación solo para quitármelo de encima. En el andén vino detrás y...

Cien latidos

Cien textos. Cien momentos en los que escribir fue lo único que pude hacer cuando todo lo demás me sobrepasaba. No siempre tuve fuerzas, y muchas veces no encontraba sentido alguno, pero incluso en los días más rotos, o precisamente en ellos, algo dentro de mí necesitaba salir, ser dicho, narrarse, aunque fuera al vacío. Como si poner palabras fuera, todavía, la única forma posible de seguir existiendo sin romperme del todo. No hay victoria aquí, ni redención. No hay moraleja de superación ni aplausos por haber llegado tan lejos. Lo único que puedo afirmar con certeza es que sigo, más cansado, con un cuerpo que se desmorona por dentro y una mente que hace tiempo que dejó de estar del todo entera, pero sigo. Y eso, con esta enfermedad, ya es mucho más de lo que parece. No recuerdo el momento exacto en el que decidí empezar este blog, solo sé que necesitaba un sitio donde volcar todo lo que no podía decir en voz alta. No buscaba consuelo, ni comprensión, ni siquiera compañía. Solo necesi...