El título de este post es la frase con la que comienza la canción
que lo acompaña, la única que me gusta de ese cantante y que ahora entiendo del
todo su letra. En esta enfermedad, te encontrarás con dos tipos de personas en
tu vida: aquellos que ya forman parte de tu círculo más cercano cuando recibes
el diagnóstico y a quienes debes decidir si contarles o no sobre tu situación,
pero que seguramente seguirán a tu lado después de conocer la noticia. Luego
están las personas nuevas que entrarán en tu vida, aquellos que no estaban
presentes cuando comenzó esta lucha y a quienes deberás decidir si quieres que
conozcan esta parte de tu vida.
Hace tiempo que he estado conociendo a una persona especial, y a
pesar de la complejidad de mi situación, cada día se ha vuelto más importante
para mí. A veces, cuando crees que nunca volverás a encontrar a alguien que
despierte esos sentimientos en ti, la vida te sorprende al poner a alguien en
tu camino de la manera más inesperada. Inicialmente, nunca pensé que nuestra
relación iría más allá de encuentros ocasionales, pero ayer todo cambió, y me
sorprendió gratamente. Esta persona me expresó sentimientos sinceros y
manifestó su deseo de llevar nuestra relación un paso más allá.
A medida que nuestra conversación avanzaba en una dirección más
comprometida, me di cuenta de que, si quería que esta persona formara parte de
mi vida, debía compartir una parte fundamental de mí, la parte que más detesto:
mi enfermedad, la esclerosis. Con valentía, compartí mi experiencia, hablé de
los brotes que había enfrentado y cómo había afectado mi vida. La expresión y
actitud de mi compañía cambiaron de inmediato. Afortunadamente, ella ya tenía
cierto conocimiento sobre la enfermedad a través de un amigo que
lamentablemente estaba en una silla de ruedas debido a esta misma condición.
Comprendió de inmediato a qué me refería.
Sin embargo, su respuesta no fue la que esperaba. A pesar de
buscar una relación a largo plazo y planificar un futuro juntos, consideró que
mi enfermedad no encajaba con sus expectativas. Afirmó que necesitaba alguien
con quien pudiera construir un futuro sin las dificultades que mi enfermedad
podría traer. En un instante, la propuesta que había hecho momentos antes quedó
en el aire. El ambiente se volvió incómodo y frío, y después de vaciar
rápidamente nuestros vasos, nos despedimos con un abrazo y cada uno tomó su
propio camino.
Desde entonces, he estado reflexionando sobre si cometí un error
al compartir mi verdad. Quizás debería haber seguido adelante y disfrutado del
tiempo que pudiéramos haber compartido, ya que podría haber sido mi última
oportunidad de experimentar algo así. Sin embargo, no habría sido justo para la
otra persona. Entiendo completamente su perspectiva; es difícil imaginar atarse
a una vida llena de incertidumbres y desafíos, sabiendo que la persona con la
que planeas un futuro está lidiando con una enfermedad que podría limitar sus
capacidades o requerir cuidados intensivos. Si yo me hubiese encontrado en el
otro lado quizás habría hecho lo mismo y habría salido corriendo. Seamos
sinceros, nadie quiere vivir una vida con alguien que lo único que te va a aportar
es ir a citas médicas y depender totalmente de los demás.
A pesar de la tristeza y el dolor que siento en este momento,
también entiendo que no puedo cargar a alguien más con los desafíos que
enfrento. Creo que es lo más justo para ambos. Esta experiencia me ha llevado a
plantearme si merezco o no vivir una historia de así, ya que implicaría
arrastrar a alguien a un viaje que podría ser muy difícil. La tentación de
cerrarme emocionalmente y no compartir mi verdad es fuerte, pero la soledad que
siento duele incluso más que los brotes de la enfermedad. Con cada día que pasa,
se reducen las razones para seguir adelante. Ojalá poder cambiarle el final al
cuento, pero cada vez deseo más que termine esta novela de terror de una vez. Mi sitio ya no está aquí ni formo parte de la vida de nadie realmente, sólo soy un acompañante más de muchas otras.
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