No sé bien cómo empezar esta entrada. Tengo el corazón hecho pedazos, y escribirlo aquí es lo único que me ayuda a darle un poco de sentido a todo este caos. Hace unos días recibí un correo, uno que no puedo dejar de leer, aunque cada palabra me duela más que la anterior. Él era mi refugio, mi pequeño pedazo de felicidad en un mundo que a veces siento demasiado grande y hostil para mí. Con él, todo se sentía más fácil. Por un tiempo, me atreví a creer que podía tener algo bonito, algo mío, algo que mi enfermedad no pudiera romper. Pero me equivoqué. El correo lo dice todo: me quiso, sí. Me vio, me valoró y me amó de una forma que nunca antes había sentido. Pero no fue suficiente. Mi cuerpo, mi esclerosis, mi realidad… todo eso pesó más que lo que podíamos construir juntos. Y ahora, lo único que me queda es el eco de sus palabras y el vacío de su ausencia. Cuando lo conocí, nunca pensé que alguien pudiera mirarme de la forma en que él lo hacía. Me hacía sentir como si mi cuerpo, con t...