Hace mucho que no escribo en estas páginas y ahora no estoy pasando por un momento demasiado bueno y quiero retomarlo en algún momento, ya que creo que sincerarme aquí me viene bien. Sin embargo hoy simplemente quiero dejar escrito en este blog, mi lugar seguro, la carta que leí en tu despedida papá, para que el día que yo falte también, quede aquí por siempre.
Querido papá,
Hoy me enfrento a una de las experiencias más desafiantes de mi vida: despedirme de ti en este plano terrenal. Es un proceso complejo, lleno de emociones superpuestas, en el que el dolor de tu ausencia coexiste con una gratitud inmensa por todo lo que me legaste. Aunque el vacío que dejas es insondable, encuentro consuelo en los recuerdos imborrables que compartimos y en las enseñanzas que moldearon mi carácter y mi visión del mundo.
Desde mis primeros años, fuiste un referente fundamental en mi desarrollo personal y moral. Con cada acto de generosidad y cada gesto de entrega, me enseñaste el verdadero significado del amor incondicional y de la responsabilidad hacia los demás. No solo me brindaste seguridad y estabilidad, sino que también me mostraste, con tu ejemplo, la importancia de la resiliencia, la integridad y la dignidad en los momentos más difíciles. Todo lo que soy hoy lleva en su esencia la huella indeleble de tus valores y principios.
Sin embargo, también existieron momentos de distancia y ausencia. Enfrentar mi enfermedad ha sido una batalla en la que, en muchas ocasiones, anhelé tu compañía, tu guía y tu apoyo incondicional, y no siempre los encontré. Hubo silencios que pesaron tanto como palabras no dichas y espacios vacíos que me hicieron cuestionar muchas cosas. Pero hoy, en este acto de despedida, el perdón y la comprensión se sobreponen a cualquier herida del pasado. No hay reproches, solo una aceptación serena de nuestra historia y un profundo agradecimiento por lo que sí tuvimos.
Tu partida deja un espacio irremplazable en mi vida, pero sé que tu presencia trasciende la barrera física. Sigues vivo en cada uno de mis pensamientos, en mis decisiones y en el legado de sabiduría que me transmitiste. Aunque ya no pueda escuchar tu voz, resuena en mi interior cada enseñanza que me diste, cada consejo que me ofreciste y cada gesto que me mostró el camino correcto.
Papá, hoy mi corazón está más pesado que nunca. No solo cargo con la tristeza de tu partida, sino que atravieso un momento de profunda dificultad en mi vida. Mi enfermedad avanza con dureza, sometiéndome a un desgaste físico y emocional que a veces siento que no puedo soportar. Y en medio de ello, también enfrento el dolor de una herida distinta, la de un amor que no resultó como esperaba. Mi corazón está cansado, papá, y mi cuerpo también. Hay días en los que todo parece demasiado abrumador, en los que me pregunto cuánto más podré seguir adelante. Pero en medio de esta tormenta, intento aferrarme a las fuerzas que tú me enseñaste a cultivar, a la resiliencia que vi en ti tantas veces y al amor que, aunque ausente en algunos momentos, siempre supe que estaba ahí.
Tú tuviste la fortuna de encontrar el amor en mi madre, de tener a alguien a tu lado que caminó contigo en los momentos buenos y en los difíciles. Encontraste a alguien que te acompañó hasta el final, que te sostuvo y que compartió contigo cada paso de la vida. Pero yo, papá, no sé si tendré esa suerte. Mi enfermedad me ha mostrado la crudeza de la realidad, la dificultad de encontrar a alguien que esté dispuesto a enfrentar este camino conmigo. Es un peso solitario, una incertidumbre que me asusta, porque sé lo que significa amar y ser amado, pero también sé lo que es sentir que la enfermedad aleja a las personas. Y aunque intento mantener la esperanza, hay días en los que duele demasiado imaginar un futuro sin un compañero, sin alguien que quiera compartir esta lucha.
También voy a extrañar nuestras tardes juntos, esas en las que te sentabas a ver esas películas de vaqueros antiguas que tanto te gustaban. Recuerdo cómo me hablabas de los personajes, de los valores que transmitían y de la nostalgia que te producían. A veces fingía que no me interesaban tanto como a ti, pero la verdad es que siempre disfruté verte emocionarte con cada escena, con cada duelo en el desierto, con cada historia de honor y valentía. Ahora, cada vez que vea una de esas películas, sé que te sentiré a mi lado, recordando aquellas tardes compartidas en las que, sin palabras, nos entendíamos mejor que nunca.
Anhelo, con toda mi alma, poder verte una vez más, compartir un último abrazo, decirte sin reservas lo mucho que te amo y cuánto significaste para mí. Aunque este deseo sea imposible en esta vida, me reconforta la certeza de que nuestro reencuentro no es una cuestión de posibilidad, sino de tiempo. La fragilidad de mi propia salud me recuerda constantemente la efimeridad de la existencia, y con ello, la convicción de que el momento de volver a encontrarnos no tardará en llegar. Saber que estarás esperándome en ese umbral me llena de paz y fortaleza.
Esta despedida no es un adiós definitivo, sino un reconocimiento a todo lo que fuiste y a la huella imborrable que dejaste en mi vida. Mi gratitud es infinita, no solo por los momentos felices que compartimos, sino incluso por las dificultades que me enseñaron a ser más fuerte y a encontrar mi propia resiliencia. Descansa en paz, papá, con la certeza de que tu legado sigue vivo en mí y en cada acto que refleja los valores que con tanto empeño me transmitiste.
Hasta siempre, papá. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar y sé que, en algún lugar más allá de esta vida, volveremos a encontrarnos.
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