Ir al contenido principal

Quién podrá sanar este vacío

A veces miro a mi alrededor y veo la vida de los demás como si estuviera detrás de un cristal. Pasan los días, la gente sigue con sus rutinas, con sus alegrías y problemas, mientras yo solo sigo la corriente, no porque quiera, sino porque no encuentro razones para remar en otra dirección. No es tristeza ni rabia, es una sensación de vacío, de no pertenecer del todo a este mundo que gira sin pedirme permiso. Hay momentos en los que me pregunto si la felicidad es algo reservado para otros, si algún día dejaré de sentirme así o si simplemente estoy destinado a resignarme a este hueco en el pecho.

Hoy, después de mucho tiempo, he estado solo en casa. Nadie a mi alrededor, nadie con quien fingir que estoy bien, nadie con quien forzar una sonrisa para que todo parezca normal. Y ha sido como si un dique se rompiera dentro de mí. Toda esa falsa felicidad que he construido con los demás, esa máscara que llevo puesta para no preocupar a nadie y para no ser una carga, se ha caído de golpe, dejándome cara a cara con el vacío. El silencio se ha vuelto ensordecedor, sin conversaciones que distraigan, sin risas de compromiso ni miradas que intenten descifrarme. Solo estoy yo y todo lo que llevo reprimiendo durante tanto tiempo, y es abrumador. Es como si el dolor acumulado, la soledad disfrazada de normalidad y el peso de no encontrarle sentido a nada se hubieran liberado de golpe, cayendo sobre mí sin previo aviso.

Intento recordar la última vez que fui realmente feliz, sin peros ni condiciones, pero no lo sé. No porque no haya habido momentos buenos, sino porque incluso en esos momentos siempre había algo en mí que no encajaba del todo, como una sombra constante, un miedo, una sensación de estar fuera de lugar incluso en mi propia vida.

En el amor, ese vacío se vuelve aún más cruel. He hablado de ello antes, de lo difícil que ha sido encontrar a alguien que realmente se quede, de las veces que he sentido que no soy suficiente o que no puedo dar lo que se espera de mí. ¿Cómo se ama cuando uno mismo siente que no encaja? ¿Cómo se entrega el corazón cuando a veces ni siquiera parece propio? He intentado amar, lo he hecho de verdad. Me he aferrado a personas, a promesas, a la idea de que, si encontraba a alguien que me quisiera, quizás todo tendría más sentido, pero la realidad ha sido otra. Las ausencias duelen, los rechazos dejan marcas y llega un momento en el que uno empieza a preguntarse si el problema es uno mismo, si hay algo en mí que simplemente no es digno de amor.

Pero sé cuál es el motivo. Lo he visto en sus ojos, lo he sentido en sus palabras, en la forma en la que sus ilusiones se desmoronaban al enfrentarse a mi realidad. Siempre ha sido la enfermedad. Todas las veces que me he ilusionado, que he pensado "quizás esta vez sea diferente", ha terminado igual. No han querido afrontarlo conmigo, se han cerrado a un futuro a mi lado porque un futuro conmigo significa aceptar la esclerosis, y eso asusta. Lo entiendo. No es la historia de amor fácil de las películas, no es la promesa de una vida sin complicaciones ni un "felices para siempre" sin letra pequeña. Es aceptar que habrá días difíciles, que la enfermedad está aquí y no va a desaparecer, que quizás habrá momentos en los que necesitaré más apoyo, en los que mi cuerpo no responda como quiero, en los que no pueda seguir el ritmo del resto.

Pero lo que duele no es que la enfermedad me complique la vida, sino que para los demás pese más que todo lo que soy. Que cuando miran hacia el futuro conmigo, lo vean teñido de dudas, de miedo, de sacrificios que no están dispuestos a hacer. Así, una y otra vez, me han dejado solo, no porque no me quisieran, quizás, sino porque no quisieron quedarse a ver lo que podríamos haber sido.

Esta semana ha pasado algo que me ha hecho pensar en todo esto aún más. Uno de esos chicos, uno de los que decidió que no podía seguir conmigo por la enfermedad, ha vuelto a escribirme, no para recuperar lo que fuimos, ni porque haya cambiado de opinión o porque ahora quiera intentarlo, sino solo para quedar conmigo, para mantener relaciones sexuales. Porque en el sexo sí nos entendíamos, porque en la cama había una conexión, una confianza que no he tenido con nadie más. Y eso hace que la tentación sea real, no porque quiera solo eso, ni porque no me duela saber que no me quiere en su vida de otra manera, sino porque, aunque sea de forma fugaz, aunque sea un engaño, en ese instante podría sentirme querido.

Me he preguntado si debería ceder, si debería conformarme con ese cariño a medias, con esa cercanía efímera, con el calor de alguien que, aunque no quiera quedarse, al menos por un momento me hace sentir menos solo. Quizás sea mejor eso que nada. Quizás sea mejor engañarme por un rato, cerrar los ojos y fingir que no hay vacío, que hay algo, aunque sea una felicidad de mentira.

Y, sin embargo, hay una parte de mí que no puede evitar pensar que quizás mi papel en este mundo no sea encontrar el amor. Quizás no estoy aquí para que me quieran, sino para ser quien está para los demás. Siempre ha sido así. Siempre he sido el que escucha, el que apoya, el que intenta hacer que la vida del resto sea un poco más fácil. He estado ahí cuando me han necesitado, cuando han necesitado un consejo, un abrazo, alguien que los entienda sin juzgarlos, alguien que los ayude a sentirse menos solos.

Quizás esa es mi razón de ser. No tener lo que quiero, sino ayudar a que los demás lo consigan. Quizás mi papel es ser la persona en la que otros encuentran consuelo, aunque yo no lo tenga. Pero si ese es mi destino, ¿Qué hago con este vacío? ¿Cómo lo lleno cuando no hay nadie que haga por mí lo que yo hago por los demás?

Hoy me he dado cuenta de que llevo demasiado tiempo aguantando, demasiado tiempo fingiendo que estoy bien, que todo sigue su curso, que puedo seguir adelante sin mirar atrás. Pero ahora, en este instante de soledad, me permito admitirlo: no estoy bien. Estoy cansado de sostener un peso que nadie más parece ver, de callar lo que realmente siento para no incomodar a los demás, de seguir un guion que ya no me dice nada.

No sé si este vacío tiene fin, no sé si algún día dejaré de sentirme así. Pero al menos hoy, aquí, con estas palabras, me doy permiso para decirlo en voz alta, para admitir que me pesa, que me duele, que me rompe. Y quizás, solo quizás, al ponerlo en palabras, deje de ser un secreto que cargo solo.



Comentarios

Entradas populares de este blog

La fuerza del destino

Han transcurrido cinco meses desde la última vez que vertí mis pensamientos en este rincón digital, y hoy retorno a él impulsado por dos motivos fundamentales. El primero nace de la recomendación de mi psicólogo, con quien he estado trabajando diligentemente para comprenderme mejor y enfrentar los desafíos que la vida ha arrojado a mi camino. Pero no es únicamente esta sugerencia profesional la que me trae de vuelta a estas líneas. Siento una necesidad profunda de desahogarme aquí, aunque sea solo por esta vez, sin prometer continuidad. Este escrito servirá, al menos, para aligerar algunos de los pesares que me han estado abrumando últimamente. Para dar algo de contexto, he atravesado una depresión que casi me consume por completo. Aunque he recorrido un largo camino hacia la mejoría, la oscuridad aún no ha abandonado del todo mi horizonte. A esto se suma la angustia por la grave situación de salud de mi padre, una realidad que me ha forzado a replantear muchas cosas en mi vida, temas ...

El miedo de ser una carga

Cuando recibes malas noticias en la vida, el primer instinto es la negación, buscar una manera de minimizar el problema o, mejor aún, de hacerlo desaparecer por completo. Como mencioné en publicaciones anteriores, los últimos resultados de mi enfermedad no fueron alentadores. Me han comunicado que he entrado en la fase final, y pronto empezaré a sentir todo el peso de la esclerosis. A veces me engaño a mí mismo pensando que lo he aceptado, pero la realidad es muy distinta. Intento encontrar algún pequeño atisbo de esperanza. Por eso hoy acudí a otro neurólogo, especialista en esta enfermedad, en busca de una segunda opinión. Sin embargo, no obtuve lo que buscaba; la consulta solo confirmó el diagnóstico inicial. Es difícil vivir cuando tu futuro está condicionado por algo así. En este momento, me siento roto en mil pedazos, y recurro al blog para intentar recomponerme, soltando aquí lo que pienso. Quizás me estoy abriendo demasiado y eso me asusta, tal vez incluso acabe borrando esta p...

Carta al niño que fui

Como mencioné en mi última publicación, la situación ha empeorado notablemente desde la última revisión médica, y las noticias no han sido alentadoras. Estoy trabajando con mi psicólogo para aprender a sobrellevar esta fase final de la enfermedad, y, como parte de ese proceso de aceptación, me sugirió escribir una carta a ese niño que alguna vez fui, antes del diagnóstico, antes siquiera de enfrentar los aspectos más oscuros de la vida. He reflexionado mucho sobre cómo redactar esta carta, sobre qué palabras podría ofrecerme a mí mismo para prepararme ante todo lo que estaba por venir. Se amontonan tantas ideas en mi cabeza, pero intentaré destilar lo esencial en este post, enfocándome en lo que considero más importante. Lo primero que le diría a ese niño es, inevitablemente, que enfrentará una situación de salud devastadora, algo que trastocará todo lo que hasta entonces conocía. Ese monstruo, la esclerosis, lo golpeará con una fuerza implacable, pero a la vez, le abrirá los ojos para...