He vuelto a la consulta de la neuróloga. Pensé que sería una revisión rutinaria, una confirmación más de que me tocaba seguir cuidándome, seguir midiendo los días con cita médica y pastillas. No fue así. En sólo mes y medio las zonas desmielinizadas que había en mi cerebro han casi triplicado su tamaño. Tres veces más. La imagen en la pantalla fue clara y, a la vez, terrible: algo que antes cabía en un recuadro ahora lo llenaba. Me lo explicó despacio, con la paciencia habitual, hablando de tasas de crecimiento, de pronósticos, de opciones. Mencionó centros de rehabilitación, ayudas a domicilio, personal de asistencia, alternativas. Palabras prácticas que, en ese momento, sonaban a listas que yo no quería empezar a marcar porque cada casilla es un paso más hacia otra vida que no reconozco. La enfermedad parece haber acelerado su ritmo. Lo que antes era una subida lenta ahora es una pendiente empinada. Y yo no sé cuánto tiempo me queda siendo yo. Esa pregunta me sacude más que c...