Últimamente estoy notando algo que me da más miedo que cualquier brote, más que el dolor físico o la fatiga: el olvido. No hablo de los despistes normales, sino de vacíos verdaderos, silencios donde antes había certezas. A veces me quedo quieto, mirando un objeto o una cara, y sé que debería recordar algo sobre eso, pero no llega. Es una sensación muy concreta: una puerta cerrada con la llave al otro lado. Puedo golpear, puedo insistir, pero no se abre. Me pasa con cosas pequeñas, una cita, una palabra, el nombre de un alumno, y también con cosas enormes, que antes eran parte de mi piel. El otro día estuve mirando una foto mía, de hace apenas un par de años, y durante un instante me pareció estar viendo a un extraño. Me reconocí, pero no del todo. Como si la persona de la foto hubiera tenido una vida paralela a la mía y nos hubiéramos cruzado por casualidad. Algo está fallando en mi cerebro. Lo sé y lo siento. Es un fallo que avanza despacio, pero sin pausa, como una humedad que se cue...