Ir al contenido principal

Tocado y hundido

Una de las cosas que más definen esta maldita enfermedad es que, cuando crees que has superado un brote o una fase complicada y estás en el pico de la ola, te vuelve a meter una bofetada y te baja de golpe a la realidad. Como conté en mi último post, las piernas me estaban empezando a doler y ya hace más de dos semanas que no ha parado de crecer y crecer ese dolor. Básicamente mi vida se reduce ahora a diez horas, de las cuales la mitad las dedico a trabajar y la otra mitad a dormir un poco para poder enfrentar la parte mala, esas doce horas diarias donde las piernas no paran de dolerme. En esta situación, que ya llevo soportando casi tres semanas, es realmente difícil llevar una vida normal y poco a poco me está minando las pocas energías que me quedan. Cuando tuve el problema del corazón pensé en tantas cosas que hacer si lo superaba, pero, cuando por fin lo conseguí, ha venido de nuevo este brote de las piernas. Intento sobreponerme ante todo lo que me viene pensando que vendrá un tiempo mejor en el que podré hacer todo aquello, pero esta vez ya he perdido toda esperanza. Si no es el corazón, son las piernas o a saber que cojones será lo siguiente. Estoy harto de todo esto, tengo una mezcla de tristeza y de rabia a partes iguales.

Desde pequeño siempre me han gustado mucho las películas de terror, que prácticamente es lo que estoy viviendo ahora mismo, pero ese no es el caso de por qué hago referencia a esto. Había una película en la que unos chavales esquivan a la muerte y luego van muriendo uno a uno, siendo el mensaje que la muerte tiene un plan establecido y aunque lo evites una vez, al final acabará cazándote. La verdad que la película era muy mala y sé que es ficción y una chorrada, pero me he acordado de ella. Sinceramente, creo que tendría que haberme ido en noviembre cuando empezó esta locura de brote y me habría ahorrado todo este sufrimiento. Tengo continuamente la sensación de que ya no pinto nada aquí, como que ya no soy necesario para nadie en este mundo y que lo tendría que haber dejado ya hace tiempo, que estoy intentando salir del agua continuamente pero ya no tengo nada que me reflote. Por otro lado, me encantaría poder seguir viviendo, pero no en estas circunstancias, con esta incertidumbre y la incapacidad de poder planear nada con vistas a futuro. Aunque siga vivo, creo que ya he perdido una gran parte de mi con todos estos golpes, y muchas veces no me reconozco ni yo mismo, echando mucho de menos mi antiguo yo.

En los últimos meses la desesperación me ha llevado hasta a volver a rezar, algo que no hacía desde hace muchos años. He rezado para poder superar el brote, para poder curarme del corazón, para poder recuperar mi vida, pero ya he tirado la toalla y llevo unos días haciéndolo, pero para todo lo contrario, pidiendo que por favor me dejen descansar ya, porque no puedo más.



Comentarios

Entradas populares de este blog

La fuerza del destino

Han transcurrido cinco meses desde la última vez que vertí mis pensamientos en este rincón digital, y hoy retorno a él impulsado por dos motivos fundamentales. El primero nace de la recomendación de mi psicólogo, con quien he estado trabajando diligentemente para comprenderme mejor y enfrentar los desafíos que la vida ha arrojado a mi camino. Pero no es únicamente esta sugerencia profesional la que me trae de vuelta a estas líneas. Siento una necesidad profunda de desahogarme aquí, aunque sea solo por esta vez, sin prometer continuidad. Este escrito servirá, al menos, para aligerar algunos de los pesares que me han estado abrumando últimamente. Para dar algo de contexto, he atravesado una depresión que casi me consume por completo. Aunque he recorrido un largo camino hacia la mejoría, la oscuridad aún no ha abandonado del todo mi horizonte. A esto se suma la angustia por la grave situación de salud de mi padre, una realidad que me ha forzado a replantear muchas cosas en mi vida, temas ...

Lo que aún soy capaz de decir

Hoy me ha pasado algo que todavía estoy procesando, algo que hace unos meses me habría dejado temblando. He coincidido en el metro con el chico con el que estuve quedando hace un tiempo, ese mismo que un día me dijo, sin que le temblara la voz, que con mi esclerosis nadie querría nada conmigo más que encuentros puntuales, que nadie “hipotecaría su vida” por alguien destinado, según él, a terminar postrado en una silla. Aquel comentario me atravesó y me hundió; me hizo sentir pequeño, insignificante, una carga incluso antes de serlo. Durante mucho tiempo creí que llevaba razón, que quizá yo no era más que una vida en pausa que nadie querría compartir. Hoy, en ese vagón lleno donde casi no cabía un alma más, me lo he encontrado. Ni siquiera me saludó: simplemente empezó a rozarse contra mí, como si nada hubiera pasado, como si tuviera algún derecho sobre mí. Le pedí que parara, pero siguió, así que me bajé en la siguiente estación solo para quitármelo de encima. En el andén vino detrás y...

Cien latidos

Cien textos. Cien momentos en los que escribir fue lo único que pude hacer cuando todo lo demás me sobrepasaba. No siempre tuve fuerzas, y muchas veces no encontraba sentido alguno, pero incluso en los días más rotos, o precisamente en ellos, algo dentro de mí necesitaba salir, ser dicho, narrarse, aunque fuera al vacío. Como si poner palabras fuera, todavía, la única forma posible de seguir existiendo sin romperme del todo. No hay victoria aquí, ni redención. No hay moraleja de superación ni aplausos por haber llegado tan lejos. Lo único que puedo afirmar con certeza es que sigo, más cansado, con un cuerpo que se desmorona por dentro y una mente que hace tiempo que dejó de estar del todo entera, pero sigo. Y eso, con esta enfermedad, ya es mucho más de lo que parece. No recuerdo el momento exacto en el que decidí empezar este blog, solo sé que necesitaba un sitio donde volcar todo lo que no podía decir en voz alta. No buscaba consuelo, ni comprensión, ni siquiera compañía. Solo necesi...