Ir al contenido principal

¿Quién quiere vivir para siempre?

 

Viviendo con esta mierda es curioso como un día parece que todo va bien y estas feliz y al día siguiente te sientes hundido. Ayer parecía que iba a ser un día muy bueno, no me dolían las piernas y salí a tomar algo con unos amigos por la noche. Estaba perfectamente y no me dolía nada, pero de repente empezó un dolor punzante muy fuerte en una pierna. Estábamos en una casa tomando unas copas e intente aguantarlo como podía para que no se me notara esperando a que pasase y poder seguir la noche, ya que tenía muchas ganas de pasarlo bien, pero fue imposible, no paraba y cada vez dolía más. Llegó el momento de movernos y coger un coche para irnos a un local. El dolor era ya insoportable y mi ancla se dio cuenta de que algo me estaba pasando. De camino en el coche me agarró fuerte para intentar apoyarme en la tarea de soportar los pinchazos de la pierna y cuando llegamos al local no hubo otra opción que pedirme otro coche para poder irme a casa, ya que en ese estado la noche había acabado para mí. Se me saltaban las lagrimas en una mezcla entre dolor y rabia por no poder tener una noche normal con amigos, que hasta el conductor del Uber que me llevó hasta mi casa intentó consolarme. Al llegar y tras unas horas de pinchazos, conseguí dormirme finalmente.

Esta mañana me he levantado con esa sensación que ya he tenido más veces de pensar si realmente pasar por todo esto merece la pena, si estoy luchando una batalla que ya tengo perdida y si es mejor tirar la toalla ya. Como comenté en aquel post de hace unos días, hay que valorar las pequeñas cosas de la vida, pero llega un momento que se me está haciendo muy difícil poder ver algo bueno. Además, vuelvo a tener ese sentimiento de sentirme una carga para los demás. Ayer estuve pensando si acudir o no al plan, pero al final decidí ir porque tenía muchas ganas de ver a mi ancla y pasar un buen rato, pero fui un estorbo que sólo dio problemas. Se que no debería pensar esto, pero se me pasa por la cabeza que, aunque me digan lo contrario, la gente que me quiere estaría mejor si yo no estuviese. Siempre estoy dando problemas y cada vez va a ir a más, no sé si quiero llegar a vivir eso.

Estoy escribiendo estas palabras desde la cama, que es donde creo que voy a pasar el resto del día, ya que no tengo ninguna gana de levantarme. En estos momentos echo mucho de menos a mi abuela, ya escribiré sobre ella si puedo, pero era una de las personas más especiales que he conocido y la razón de que no le tenga miedo a la muerte, ya que tengo la esperanza de que me esté esperando al otro lado. Como decía Freddie Mercury, ¿Quién quiere vivir para siempre?, y no puedo estar más de acuerdo con él ahora mismo.



Comentarios

Entradas populares de este blog

La fuerza del destino

Han transcurrido cinco meses desde la última vez que vertí mis pensamientos en este rincón digital, y hoy retorno a él impulsado por dos motivos fundamentales. El primero nace de la recomendación de mi psicólogo, con quien he estado trabajando diligentemente para comprenderme mejor y enfrentar los desafíos que la vida ha arrojado a mi camino. Pero no es únicamente esta sugerencia profesional la que me trae de vuelta a estas líneas. Siento una necesidad profunda de desahogarme aquí, aunque sea solo por esta vez, sin prometer continuidad. Este escrito servirá, al menos, para aligerar algunos de los pesares que me han estado abrumando últimamente. Para dar algo de contexto, he atravesado una depresión que casi me consume por completo. Aunque he recorrido un largo camino hacia la mejoría, la oscuridad aún no ha abandonado del todo mi horizonte. A esto se suma la angustia por la grave situación de salud de mi padre, una realidad que me ha forzado a replantear muchas cosas en mi vida, temas ...

Lo que aún soy capaz de decir

Hoy me ha pasado algo que todavía estoy procesando, algo que hace unos meses me habría dejado temblando. He coincidido en el metro con el chico con el que estuve quedando hace un tiempo, ese mismo que un día me dijo, sin que le temblara la voz, que con mi esclerosis nadie querría nada conmigo más que encuentros puntuales, que nadie “hipotecaría su vida” por alguien destinado, según él, a terminar postrado en una silla. Aquel comentario me atravesó y me hundió; me hizo sentir pequeño, insignificante, una carga incluso antes de serlo. Durante mucho tiempo creí que llevaba razón, que quizá yo no era más que una vida en pausa que nadie querría compartir. Hoy, en ese vagón lleno donde casi no cabía un alma más, me lo he encontrado. Ni siquiera me saludó: simplemente empezó a rozarse contra mí, como si nada hubiera pasado, como si tuviera algún derecho sobre mí. Le pedí que parara, pero siguió, así que me bajé en la siguiente estación solo para quitármelo de encima. En el andén vino detrás y...

Cien latidos

Cien textos. Cien momentos en los que escribir fue lo único que pude hacer cuando todo lo demás me sobrepasaba. No siempre tuve fuerzas, y muchas veces no encontraba sentido alguno, pero incluso en los días más rotos, o precisamente en ellos, algo dentro de mí necesitaba salir, ser dicho, narrarse, aunque fuera al vacío. Como si poner palabras fuera, todavía, la única forma posible de seguir existiendo sin romperme del todo. No hay victoria aquí, ni redención. No hay moraleja de superación ni aplausos por haber llegado tan lejos. Lo único que puedo afirmar con certeza es que sigo, más cansado, con un cuerpo que se desmorona por dentro y una mente que hace tiempo que dejó de estar del todo entera, pero sigo. Y eso, con esta enfermedad, ya es mucho más de lo que parece. No recuerdo el momento exacto en el que decidí empezar este blog, solo sé que necesitaba un sitio donde volcar todo lo que no podía decir en voz alta. No buscaba consuelo, ni comprensión, ni siquiera compañía. Solo necesi...