Septiembre siempre ha sido un mes especial para mí. El inicio de curso, las clases llenándose de caras nuevas, la energía de volver a la universidad con la ilusión de transmitir conocimiento, de acompañar a los estudiantes en su camino. Siempre he sentido que mi trabajo como profesor es más que un empleo: es una vocación. Me apasiona enseñar, me apasiona investigar, me apasiona estar en ese espacio donde todo se mezcla: la juventud, las preguntas, la posibilidad de abrir puertas. Sentir que de alguna manera podía influir en la vida de otros, aunque fuera un poco, me daba sentido. Pero este año es distinto. Este año no tengo ganas de volver. Después del verano, después de todo lo que he pasado con la enfermedad, con los brotes, con la tristeza que me ha acompañado, no me siento preparado. No tengo fuerzas. Me cuesta incluso imaginarme entrando en un aula, fingiendo entusiasmo, sonriendo cuando por dentro lo único que tengo es un cansancio que no se va. Esa imagen que antes me llenaba de...