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El miedo de ir borrándome

Estoy llorando en mi cuarto por la impotencia que siento y porque me gustaría poder estar en otro sitio, así que he venido por aquí para ver si soltándolo en palabras se me pasa. Hoy quiero escribir sobre algo que llevo días arrastrando por dentro, algo que siento que me muerde en silencio mientras intento seguir adelante como si nada pasara: el miedo. No un miedo abstracto ni exagerado, sino ese miedo que se pega a la piel y se instala en la nuca, respirando conmigo, vigilando cada hueco que aparece en mi memoria. Ese miedo específico, preciso, que llega cuando noto que cada día se desprende una pieza más de lo que soy y que, por mucho que intente sujetarla, se me escurre entre los dedos sin pedir permiso. Empiezo a olvidar cosas que antes eran automáticas. Primero fueron pequeños detalles: una palabra que no salía, una cita que desaparecía de golpe, un nombre que parecía esconderse en un rincón oscuro. Luego empezaron a borrarse escenas completas, momentos que otros me describían c...
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Lo que aún soy capaz de decir

Hoy me ha pasado algo que todavía estoy procesando, algo que hace unos meses me habría dejado temblando. He coincidido en el metro con el chico con el que estuve quedando hace un tiempo, ese mismo que un día me dijo, sin que le temblara la voz, que con mi esclerosis nadie querría nada conmigo más que encuentros puntuales, que nadie “hipotecaría su vida” por alguien destinado, según él, a terminar postrado en una silla. Aquel comentario me atravesó y me hundió; me hizo sentir pequeño, insignificante, una carga incluso antes de serlo. Durante mucho tiempo creí que llevaba razón, que quizá yo no era más que una vida en pausa que nadie querría compartir. Hoy, en ese vagón lleno donde casi no cabía un alma más, me lo he encontrado. Ni siquiera me saludó: simplemente empezó a rozarse contra mí, como si nada hubiera pasado, como si tuviera algún derecho sobre mí. Le pedí que parara, pero siguió, así que me bajé en la siguiente estación solo para quitármelo de encima. En el andén vino detrás y...

Entre huecos y burbujas

Últimamente estoy viviendo algo que no pensé que llegaría tan pronto: la sensación de que mi memoria se va deshaciendo por dentro, como si hubiera empezado a borrarse sin pedir permiso. No son solo despistes, no es ese olvido cotidiano que cualquiera puede tener si va con prisa o está cansado. Es un agujero real, una especie de niebla espesa que aparece donde antes había certezas. Empieza con cosas pequeñas: una palabra que no consigo encontrar, un nombre que se esconde en algún rincón donde no puedo entrar, un lugar al que llego sin recordar por qué iba allí. Y luego están esos huecos más largos, horas enteras que se apagan y vuelven como si alguien las hubiera pasado por un filtro borroso. A veces creo que las recupero; otras veces no estoy seguro de si lo que recuerdo es auténtico o una reconstrucción improvisada para no asustarme más. Desde entonces he ido aceptando, con más o menos rabia, que hay cosas que ya no podré hacer nunca más. Y voy por rachas: días en los que puedo de...

Cuando la memoria se apaga

Últimamente estoy notando algo que me da más miedo que cualquier brote, más que el dolor físico o la fatiga: el olvido. No hablo de los despistes normales, sino de vacíos verdaderos, silencios donde antes había certezas. A veces me quedo quieto, mirando un objeto o una cara, y sé que debería recordar algo sobre eso, pero no llega. Es una sensación muy concreta: una puerta cerrada con la llave al otro lado. Puedo golpear, puedo insistir, pero no se abre. Me pasa con cosas pequeñas, una cita, una palabra, el nombre de un alumno, y también con cosas enormes, que antes eran parte de mi piel. El otro día estuve mirando una foto mía, de hace apenas un par de años, y durante un instante me pareció estar viendo a un extraño. Me reconocí, pero no del todo. Como si la persona de la foto hubiera tenido una vida paralela a la mía y nos hubiéramos cruzado por casualidad. Algo está fallando en mi cerebro. Lo sé y lo siento. Es un fallo que avanza despacio, pero sin pausa, como una humedad que se cue...

Sentado en un banco

Suelo ir todas las tardes a una iglesia. Es un hábito que me ha salido solo, sin planearlo. Entro, me siento en un banco del fondo y dejo que el silencio se haga cargo. Allí puedo arrancar a llorar sin dar explicaciones, sin sentirme observado. Allí dejo salir lo que durante el día disimulo: el cansancio, la rabia, el miedo, la tristeza. Y después, cuando me vacío un poco, salgo y camino hasta casa. Paso tras paso, hasta que la respiración vuelve a ser más o menos normal. Es mi rutina: llorar en la penumbra de un templo y luego caminar para recomponerme lo justo para llegar a casa con la cara lavada. Hoy no he podido ir. Tenía cena con unos amigos y quería cumplir con el compromiso, porque siempre intento no quedarme del todo al margen. En el metro de vuelta, mientras la gente iba ensimismada en sus móviles y auriculares, sentí que me temblaba el pecho. Noté que iba a romper a llorar allí mismo, delante de todos, y me bajé en una parada cualquiera. Caminé hasta un parque y me senté e...

El refugio invisible

  He vuelto a la consulta de la neuróloga. Pensé que sería una revisión rutinaria, una confirmación más de que me tocaba seguir cuidándome, seguir midiendo los días con cita médica y pastillas. No fue así. En sólo mes y medio las zonas desmielinizadas que había en mi cerebro han casi triplicado su tamaño. Tres veces más. La imagen en la pantalla fue clara y, a la vez, terrible: algo que antes cabía en un recuadro ahora lo llenaba. Me lo explicó despacio, con la paciencia habitual, hablando de tasas de crecimiento, de pronósticos, de opciones. Mencionó centros de rehabilitación, ayudas a domicilio, personal de asistencia, alternativas. Palabras prácticas que, en ese momento, sonaban a listas que yo no quería empezar a marcar porque cada casilla es un paso más hacia otra vida que no reconozco. La enfermedad parece haber acelerado su ritmo. Lo que antes era una subida lenta ahora es una pendiente empinada. Y yo no sé cuánto tiempo me queda siendo yo. Esa pregunta me sacude más que c...

El fin del camino

Hoy escribo estas palabras sabiendo que este blog se acerca a su final. Con una mano que no me responde del todo y que hace que en escribir estas palabras tarde el doble de tiempo, pero me apetecía soltarme. Después de tanto tiempo volcando aquí mis pensamientos, mis miedos, mis recuerdos y mis heridas, siento que he llegado a una conclusión clara: he decidido rendirme. Han sido muchos años de lucha, demasiados quizá. Años en los que cada día era una batalla nueva, en los que la incertidumbre marcaba mis pasos, en los que nunca supe cómo me despertaría al día siguiente. Años de médicos, de pruebas, de diagnósticos que confirmaban lo que ya sentía en mi cuerpo: que iba perdiendo terreno poco a poco, sin remedio. Y aunque me haya repetido miles de veces que podía aguantar un poco más, que podía encontrar fuerzas donde ya no quedaban, ahora sé que no. Sé que llegué a mi límite. Sé que mucha gente no lo va a entender. Que habrá quien piense que debería seguir peleando, que siempre hay al...

Septiembre sin ganas

Septiembre siempre ha sido un mes especial para mí. El inicio de curso, las clases llenándose de caras nuevas, la energía de volver a la universidad con la ilusión de transmitir conocimiento, de acompañar a los estudiantes en su camino. Siempre he sentido que mi trabajo como profesor es más que un empleo: es una vocación. Me apasiona enseñar, me apasiona investigar, me apasiona estar en ese espacio donde todo se mezcla: la juventud, las preguntas, la posibilidad de abrir puertas. Sentir que de alguna manera podía influir en la vida de otros, aunque fuera un poco, me daba sentido. Pero este año es distinto. Este año no tengo ganas de volver. Después del verano, después de todo lo que he pasado con la enfermedad, con los brotes, con la tristeza que me ha acompañado, no me siento preparado. No tengo fuerzas. Me cuesta incluso imaginarme entrando en un aula, fingiendo entusiasmo, sonriendo cuando por dentro lo único que tengo es un cansancio que no se va. Esa imagen que antes me llenaba de...

Alejarme para no romper

He tomado una decisión. No ha sido fácil llegar hasta aquí, pero siento que ya no puedo seguir de otra manera. La decisión de alejarme, de poner distancia, de no contagiar esta tristeza que llevo dentro y que cada vez me resulta más imposible de disimular. Sé que no me queda mucho, ya sea por la enfermedad que avanza sin piedad o porque en algún momento me rinda. Y quiero irme dejando un buen recuerdo, no una versión apagada de mí mismo que solo provoque preocupación o cansancio a quienes me rodean. No quiero que cuando piensen en mí, lo primero que les venga a la mente sea este rostro cansado o estas ausencias en la conversación. Prefiero que conserven la imagen de lo que fuimos: las risas, los viajes, las confidencias, las madrugadas llenas de palabras y de silencios compartidos. Nada es igual que antes. Lo noto en cada gesto, en cada plan, en cada conversación. Lo que antes me parecía natural hoy me resulta ajeno, como si perteneciera a otra vida que ya no es la mía. Es como ver f...

La llamada

Después de este último brote debería sentirme feliz. Debería estar agradecido por haber recuperado movimiento, por volver a caminar, por volver a usar mi brazo. Y claro que lo estoy, sería injusto negarlo. Pero lo que me sorprende, lo que me desconcierta, es que lo que siento con más fuerza no es alegría, sino una tristeza enorme. Una tristeza que me atraviesa como un río subterráneo, que no me deja tranquilo, pero que al mismo tiempo viene acompañada de algo inesperado: una calma que nunca había sentido antes. Es difícil de explicar. No es la calma de quien ha encontrado una solución o de quien ha alcanzado la paz después de una tormenta. No. Es más bien la calma de quien acepta una evidencia inevitable, como el mar que vuelve una y otra vez a la orilla. Es como si dentro de mí hubiera una voz que me repite: ya hiciste lo que tenías que hacer en este mundo, puedes irte tranquilo. Y esa idea, lejos de asustarme, me trae serenidad. Siento como si, con cada recaída, me hubiera ido despid...